miércoles, 2 de febrero de 2011

Representando La Clase Ociosa

“TIERRA DE FUEGO”Acrìlico y goma sobre tela 40 x 80 cm 2009 Colección Privada

“MINORÌA NACIONAL”  Acrìlico y goma sobre tela 40 x 80 cm 2009

“MINORÌA NACIONAL número 2”  Acrìlico y goma sobre tela 40 x 80 cm 2009


“LOS INTELECTUALES Y EL PODER” Acrìlico y goma sobre tela 140 x 140 cm  2009 COLECCION PRIVADA


La clase ociosa tampoco irá al paraíso
By  Carlos Patiño Millán

Empezaré repitiendo que el arte ha muerto y que pueden ir en paz. Sí, ya lo escucharon. Dispérsense en silencio. Si antes de abandonar este recinto se encuentran con una artista y su obra, les aconsejo que sigan de largo y no se detengan a mirar. Si ella aparenta estar viva, si su arte parece reclamar para sí un lugar en la historia del arte, recuerden mis palabras, que no son mías, por supuesto: el arte está muerto, todo lo que ven es un recuerdo de tiempos idos, corazones partidos. Ahorrémonos las clásicas palabras de condolencia: el arte es un buen muerto, siquiera se acabaron los artistas; aquí no se extraña nada ni a nadie. ¿La razón? Lo más útil del arte era su pasmosa inutilidad. Así que nada se ha perdido. Váyanse para sus casas y olviden este día. Si tienen una reproducción de Las espigadoras de Millet en la sala, quémenla. Si alguna contemplaron El joven inglés de Ticiano, hagan de cuenta que vieron la sombra de un fantasma. El arte era inútil. Ahora está muerto. Nos hemos quitado un piano de siglos de encima. Podemos ir, todos, en paz.

Pero, y entonces, ¿qué clase de arte se hace hoy en día que ya no es arte siquiera? Ensayen respuestas, cada una tendrá su razón y su sitio: descongelen neveras con un martillo, maten a un perro de hambre en una galería, pinten grafittis en las ventanas del vecino, córtense un dedo para protestar contra unos que no han hecho sino derramar la sangre del pueblo, cuelguen un par de serruchos como si se tratara de La Gioconda, siéntense en una montaña de mil quinientos huesos de ternera frescos y proyecten imágenes de sus familia. Etcétera. Todo es válido ya que nada existe. Tumben torres con aviones. Se los aseguro, la gente empezará a saltar a medida que avance el incendio. Tomen fotos. Las fotos de la gente cayendo al vacío no son arte pero son testimonio de un arte moribundo. ¿No habíamos quedado en que el arte estaba muerto?, ¿O estaba agonizando?, ¿Importa acaso la respuesta? No. Otros ya han decretado –por nosotros- la muerte de la historia, el fin de los grandes relatos, la desaparición del autor, el triunfo del tiempo de las nonadas. Así que apaga y vámonos. Hm, no todavía.  

Metido en camisa de once varas (hablar de una obra de una artista, Andrea Valencia, cuando el arte, el de aquí y el de allá, aparentemente ya ha muerto) debo decir algo: la historia existió, hubo una época en que el arte y los artistas se expresaban en calles y galerías, hubo un tiempo en el que se hablaba y discutía acerca de los grandes relatos, la vida bullía, estábamos vivos. Representando la clase ociosa apunta, entre otras cosas, a eso. A rememorar pero sin asomo alguno de nostalgia por un pasado que se fue y no vuelve. A ponerse en el lugar del otro pero sin pretender llegar a ser el otro. A cuestionar pero sin esperar ninguna respuesta del poder o de los subalternos o de los excluidos. A decir pero sin decir casi nada, diciendo. Y es que ya no se trata de llorar sobre la leche derramada, reivindicar la militancia política partidista porque sí, ni de gritar sin sentido ante las injusticias del mundo (que las hay y muchas y por eso mismo haría falta resistir porque es preciso).  Esta exposición deja títere con cabeza pero con la soga al cuello. No pretende la tierra arrasada ni la consigna barata pero revela, devela, se rebela. Sabe que hay millones de persona sin voz pero no pretende asumir su vocería, enarbola banderas blancas pero no ingenuas ni  tontas, asimila el puño combativo y proletario al discurso de la clase ociosa.

Tenemos algo para decir, parecen decir estas paredes. Parecen no, lo dicen abiertamente: por estos pagos, el arte no ha muerto; la lucha de clases está ahí; el discurso totalitario, central, está ahí; las contradicciones estallan a nuestro paso; el ocio, pequeñoburgués, también es un lugar de la mente y del cuerpo a tener en cuenta. En resumen, la representación de la representación también es una representación.

Hace años vimos una película italiana llamada La clase obrera va al paraíso. Era otra época, lo sé. La cinta denunciaba las condiciones laborales en las fábricas. Contaba la historia de un obrero que, tras sufrir un accidente, toma conciencia y se convertía en sindicalista. Los espectadores salían a la calle dispuestos a todo por la revolución. Lamento tener que recordar que el muro de esa revolución se cayó estrepitosamente hace veinte años. Ese modelo, pesado, inmóvil, mostró con creces las bondades de su fracasó. Pero la vida exige otros nuevos sueños.

Es casi un hecho que la clase ociosa tampoco alcance el paraíso. Pero obras como esta nos hacen topar de frente con una realidad atroz, la nuestra de cada día. Y es ahí donde Representando la clase ociosa adquiere su importancia aunque sea una obra inútil como todas. Porque no se cansa de provocar. Y provocar desde la orilla, desde el margen, también, es preciso.


Cali, noviembre de 2009

“MARCHA DEL SILENCIO” (díptico) Acrìlico y goma sobre tela 340 x 70 cm  2009







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